Compliquémonos un poco

Por la ventana de este apartamento entra un sol bonito. Es temporal- el apartamento y el sol- porque en realidad nunca me he ido de quien soy. Solamente vivo un poco más lejos.

Suelo pensar que soy un tipo difícil, pero no imposible. Enredo un tinto porque en mi mente infantil (mi verdadera bendición) quiero entenderlo todo, quiero saberlo todo para decidir si lo quiero todo, si le apuesto todo, si lo arriesgo todo. El aroma de un café inunda mi sala. Me siento en la silla azul recién tapizada. Al fondo escucho  en Spotify la playlist de musicademente.

Y pienso. Yo, que en cuestión de fracasos soy un caso de éxito, he podido entender que todas mis equivocaciones han sido por actuar sin saber, sin entender y sobre todo, por no estar convencido. Y viceversa. Lo que me ha hecho feliz es por todo lo contrario.

Hoy más que nunca estoy convencido que cuando quiero algo debo dejarlo todo, darlo todo, luchar hasta el final y no abandonar al primer problema, a la primera nubecita o al primer diluvio universal. Y si de personas se trata, con mayor razón, porque cuando la vida, el universo o Dios, te las pone en el camino, nunca hay que dejar de intentarlo porque no se trata de escoger el camino sino de caminar en las direcciones necesarias. Hoy más que nunca creo que puedo vivir sin nada, pero no vivir sin nadie.

Por eso, amo complicarme la vida con las personas indicadas, con los ideas a las que se les aplican los santos óleos por anticipado y por eso viajo en contravía, no por terco – que también- no por testarudo- que sí-   sino porque a esta altura de mi vida lo único que tiene sentido es luchar por ser feliz. Si me estrello o me equivoco, que por lo menos sea por haberlo intentado y no por haberme dejado vencer por el miedo o por la angustia, por haber repetido cursos ya aprobados.Y para eso se necesita valor. Mucho valor. No quiero agonizar pensando en lo que pudo ser por no haberme complicado.