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Las cosas pequeñas

  • Foto del escritor: Mauricio Lievano
    Mauricio Lievano
  • 4 ene
  • 2 Min. de lectura

De lejos, lo más importante que ha pasado en mi vida ha sido el nacimiento de mis hijas. Ellas han sido, son y serán mi motor, mi luz, mi alegría. Es un amor que no se compara con ninguno.

 

Siempre quise cambiar el mundo para ellas. Soñaba con hacer una gran revolución, tal vez un gran descubrimiento. Sin embargo y con el paso de los años, entendí el poder de las pequeñas cosas, su magia.

 

Las pequeñas acciones tienen el poder de cambiarlo todo porque al juntarse son incontenibles, irrefrenables. Una sonrisa, un hábito, un gesto, una mirada, una palabra, pueden, con el tiempo, construir algo poderoso. No se trata de hacerlas una vez, sino de repetirlas, de convertirlas casi en un hábito, como el colibrí, que no se detiene en medio del vuelo porque sabe que cada aleteo cuenta, como la oruga que se muere para convertirse en mariposa.

 

A mi edad, sigo pensando lo mismo. Eduardo Galeano  dice   que mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo o Sabines que convierte la cotidianidad en poesía o  Elvira Sastre que en cada letra  estalla un acto revolucionario de ternura o Fito que me dice no todo está perdido y hay que venir a ofrecer el corazón o yo mismo, cuando pienso que siempre hay que intentarlo porque no me canso de decir  que sin importar la pregunta, la respuesta es una sola: el amor, el ahimsa (no violencia) o el satyagraha (fuerza de la verdad) de Gandhi para quien el amor era una energía transformadora, capaz de sanar, unir y elevar a las personas.

 

A la larga, cambiar el mundo no es tan difícil como creo. Hacer lo que me toca, tocar a los que quiero, querer a los que toco. Una palabra que escriba, un dolor que escuche, un silencio que guarde, una mirada bondadosa, un perdón a tiempo, una sonrisa, un saludo, una disculpa, una espera silenciosa. Ser. Oír con atención, machacar la soberbia, masticar el ego, comerse el orgullo, escupir la arrogancia, apaciguar las dudas, calmar las ansias, saltar al ruedo, recordar sin rabia, reír sin pena, preguntar sin pausa, amar a tiempo, porque tal vez no se trate de inventar el hielo sino de aprender a enfriar el agua. Y entonces habré cambiado para mis hijas un pedacito del mundo en el que vivo, que es una forma de cambiarlo todo, una forma de hacerme inmorible, porque la inmoribilidad, es la eventualidad de vivir en el recuerdo de la personas, en el corazón de los demás, en sus nostalgias, porque, como dice Borges “ el mayor defecto del olvido es que a veces incluye a la memoria”.

 

Es el tiempo de los intentos, porque uno escoge entre ser el viento que pasa o la tormenta que se queda.

 

 



 
 
 

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