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Tupananchiskama

  • Foto del escritor: Mauricio Lievano
    Mauricio Lievano
  • 18 nov 2024
  • 1 Min. de lectura

Ayer volví a sentirme amado y el dolor por fin se ha ido. Entender las razones de los otros, sus motivos y sus miedos, sus sueños y deseos, me devolvió por completo la alegría.

 

Son de esas charlas que acarician, donde sólo existe la verdad, donde no hay lugar para los reclamos ni reproches, ni para los sermones ni las broncas, porque se dice todo desde el amor que se ha sentido.

 

Las promesas vanas ya se fueron porque para hablar de los mañanas hay que decirse la verdad sin vacilar. Como dice Saramago, “todos terminamos llegando a donde nos esperan”.

 

Ayer volví a sentirme amado y por eso, no me queda más que agradecer, que orar y bendecir y quedarme sólo con lo bueno, que a la larga lo fue todo. No queda opción distinta que guardar para siempre los recuerdos que saldrán a pasear cualquier tarde de domingo y creer que el universo algo nos tiene reservado. Tiempos de los todavía, de los nunca es tarde, de los aún es posible.

 

Los quechuas, tipos profundos y sencillos, tienen una palabra bella para acariciarme el alma cuando sienta el vacío de la ausencia: Tupananchiskama que significa, hasta que la vida nos vuelva a encontrar, no para revivir lo que pasó, sino para construir algo distinto.

 

Ayer volví a sentirme amado…



 
 
 

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